El lavatorio de pies, ejemplo de Humildad que practicaban los pueblos de la antigüedad. Los orientales lavaban los pies a los extranjeros que llegaban de un viaje, porque regularmente se andaba entonces con las piernas desnudas, y los pies cubiertos solo por sandalias. Así hizo Abraham a los ángeles que recibió en su casa (Génesis 18:4). Lo mismo ocurrió con Eliezer, mayordomo de Abraham y los que lo acompañaban cuando llegaron a la casa de Labán (Génesis 15:2; 24:32); y de igual manera con los hermanos de José en su llegada a Egipto (Génesis 24:32; 43:24).
“Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies los unos a los otros” (Juan 13:14)
Abigail manifestó a David que se tendría por dichosa en lavar los pies a los siervos de este rey (1a Samuel 25:41). Solamente que este lavatorio siempre se hacía antes de comer, porque era una muestra de hospitalidad. Por esta costumbre es que Jesucristo le reconviene a Simón porque no mostraba esta cortesía (Lucas 7:44).
El lavatorio de pies, ejemplo de Humildad de nuestro señor Jesús, es un acto que se celebra cuando ya la cena había acabado, este lavatorio tiene una finalidad diferente, a la usual de los orientales, porque es hecho después de la cena del cordero pascual. La Palabra de Dios nos dice que estando comiendo Jesús con sus discípulos, toma un pan y la copa, y después de participar de estos emblemas que constituyen la cena cristiana, cuando la cena ya había acabado, Jesús se levantó de la mesa e instituyó el lavatorio, que en este caso es una muestra de humildad, que debe tener el que ha creído en Cristo: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies los unos a los otros” (Juan 13:14).
13 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora para pasar de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el fin.
2 Durante la cena, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas hijo de Simón Iscariote que lo entregara, 3 y sabiendo Jesús que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que él había salido de Dios y a Dios iba, 4 se levantó de la cena; se quitó el manto y, tomando una toalla, se ciñó con ella. 5 Luego echó agua en una vasija y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con la toalla con que estaba ceñido. 6 Entonces llegó a Simón Pedro y este le dijo:
—Señor, ¿tú me lavas los pies a mí?
7 Respondió Jesús y le dijo:
—Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora pero lo comprenderás después.
8 Pedro le dijo:
—¡Jamás me lavarás los pies!
Jesús le respondió:
—Si no te lavo no tienes parte conmigo.
9 Le dijo Simón Pedro:
—Señor, entonces, no solo mis pies sino también las manos y la cabeza.
10 Le dijo Jesús:
—El que se ha lavado no tiene necesidad de lavarse más que los pies pues está todo limpio. Ya ustedes están limpios, aunque no todos.
11 Porque sabía quién lo entregaba por eso dijo: “No todos están limpios”. 12 Así que, después de haberles lavado los pies, tomó su manto, se volvió a sentar a la mesa y les dijo:
—¿Entienden lo que les he hecho? 13 Ustedes me laman Maestro y Señor y dicen bien, porque lo soy. 14 Pues bien, si yo, el Señor y el Maestro, lavé sus pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. 15 Porque ejemplo les he dado para que, así como yo se los hice, ustedes también lo hagan. 16 De cierto, de cierto les digo que el siervo no es mayor que su señor ni tampoco el apóstol es mayor que el que lo envió. 17 Si saben estas cosas, bienaventurados son si las hacen. 18 No hablo así de todos ustedes. Yo sé a quiénes he elegido; pero para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo[a] levantó contra mí su talón[b]. 19 Desde ahora les digo, antes de que suceda, para que cuando suceda crean que Yo Soy. 20 De cierto, de cierto les digo que el que recibe al que yo envío a mí me recibe; y el que a mí me recibe, recibe al que me envió. Juan 13:1-20
En el tiempo presente hay tantos que se consideran grandes a sí mismos, que hay necesidad de mostrarles la verdad y enseñarles el valor de la humildad, en ese acto que dejó el Maestro al lavar los pies de los mortales, que lejos de ser un rito, es necesario descubrir el hermoso significado por el cual podemos dignificarnos delante de Dios.
No puede haber verdadera humildad sin amor. El Señor mismo lo ha declarado: “Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Dios siempre nos ayuda para seguir el sendero de humildad que nos dio su Hijo. Pongamos todo lo que esté de nuestra parte para que no sea en vano esta enseñanza.