El resentimiento es un enojo que trae en memoria aquellas experiencias no gratas, nos impide disfrutar a los demás, destruye la paz interior y rompe nuestras relaciones personales no permitiendo experimentar perdón sincero, el perdón que nos enseña nuestro Dios. El resentimiento trae consigo amargura, egoísmo, rencor y odio, sentimientos que nos debilitan y nos alejan del prójimo, y de Dios.

“El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte: Y las contiendas de los hermanos son como cerrojo de Alcázar.”

Proverbios 18:19.

Esas contiendas, acompañadas de resentimientos, crean muros difíciles de romper, y esto puede desatar: separación entre amigos, divorcios, alejamiento de padres e hijos, malas relaciones de trabajo, maltrato a la creación natural y nuestro entorno, y lo más importante un rompimiento en nuestra relación con Dios.

Los resentimientos son como hierbas amargas profundamente enraizadas; algunas veces es difícil arrancarlas de raíz para que no dejen rastro; ya que si queda rastro de ellos, pueden crecer fácil y rápidamente. Lo que nace dentro de nosotros son malos deseos que se proyectan en palabras o acciones que hieren a la otra parte y que naturalmente a nosotros nos afectan. Cuando tenemos un resentimiento, no aceptamos que es un problema; tal vez hasta justificamos nuestra actitud. Por ello la importancia de identificarlos a tiempo y apoyarnos en Dios para eliminarlos de nosotros.

En la Biblia, el resentimiento no tiene lugar, Efesios 4:31 dice: “Toda amargura, y enojó, é ira, y voces, y maledicencia sea quitada de vosotros, y toda malicia”. El antídoto para erradicarlo completamente es el Perdón, saber perdonar nos quitará todo resentimiento, el perdón verdadero y sincero hace a un lado el orgullo y el temor a equivocarnos. Nos humillamos delante de Dios para que Él obre; ya que nuestra ignorancia y torpeza al actuar nos han generado resentimientos.

El perdonar es un don que se encuentra al final de un proceso, se deja atrás cuando tomamos la responsabilidad de nuestras acciones y dejamos de culpar a los demás por lo que sentimos, aunque de los otros podamos haber recibido una mala acción, el perdonar es elemental para obtener la paz interior y la salud espiritual. De alguien que piensa dar frutos dulces no es posible que dé también frutos amargos, las fuentes son distintas y muy lejanas la una de la otra.

Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que pecare contra mí? ¿hasta siete?; Jesús le dice: No te digo hasta siete, mas aún hasta setenta veces siete (Mateo 18:21, 22).

Solemos creer que perdonar es una actitud o un acto que debe realizarse cuando estamos en condiciones de hacerlo, que hay momentos adecuados para perdonar, que tal vez no estemos preparados para perdonar. Hay aspectos más poderosos para saber que el perdonar no es sencillo en un principio, porque no lo hemos intentado con la confianza en Dios; uno de esos aspectos es la humildad que debe sobrepujar cualquier ofensa que recibamos, humildad que en práctica solicitamos a Dios que nos dé fortaleza y sabiduría para entender que si guardamos esos resentimientos nos dañarán nuestro hombre interior, nos restarán plenitud. “…aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas (Mateo 11:29).

Perdonar es dejar atrás todo sentimiento negativo hacia los demás; Perdonar es no desear castigo a los que nos ofendieron; Perdonar es aplicar la mala experiencia con sabiduría y buscar la práctica de las buenas relaciones; Perdonar es que el Señor habite en nosotros como una antorcha que ilumina y que hace que crezca el camino para ser luz y conocimiento para los que viven en resentimiento.

No te vengarás, ni guardarás rencor á los hijos de tu pueblo: mas amarás á tu prójimo como á ti mismo: Yo Jehová (Levítico 19:18).

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