Hace más de mil novecientos años que nuestro Señor Jesucristo dijo a sus seguidores que si querían tener vida eterna y resucitar en el día postrero, era menester comer su carne y beber su sangre, porque su carne era verdadera comida, y su sangre verdadera bebida. Esto era tan importante, que les enfatizó esta necesidad. Pues solamente los que participen de esa clase de alimento vivirán con él.
Este profundo razonamiento despertó preocupación y comentarios entre aquellos presentes, que decían entre sí: “¿Cómo puede éste darnos su carne a comer?” Por la falta de comprensión, o más bien porque lo divino es difícil que halle acomodo en lo sentidos humanos, Cristo les vuelve a decir: “Yo soy el pan vivo, el que come de este pan vivirá para siempre”. Muchos de sus discípulos que no comprendieron pronto los misterios de sus palabras, dijeron: “Dura es esta palabra: ¿quién la puede oír?” Por eso, algunos de sus discípulos, sin la paciencia necesaria para esperar el tiempo oportuno para entender, se apartaron de él (Juan 6:51-66).
Y como entonces la historia se repite. Hay muchos que ignoran la preciosa enseñanza de la carne y la sangre del Maestro, como verdadera comida y bebida. Él simbólicamente se repartió entre sus doce apóstoles; ellos representan la carne y la sangre para alimentar a las multitudes. Al estar en comunión con su Padre y rodeado de sus apóstoles, ruega de la siguiente manera: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí POR LA PALABRA DE ELLOS” (Juan 17:20).
Con oídos necios no quieren oír esta otra enseñanza de Jesús: “Y Cristo les dijo (a sus apóstoles): No tienen necesidad de irse: dadles vosotros de comer. Y ellos dijeron: No tenemos, aquí sino cinco panes y dos peces. Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas. Y los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños”. (Mateo 14:14-21).
Lo que está escrito es para nuestra enseñanza. Dios no cambia de carácter, él es el mismo ayer, hoy y para siempre. El es el pan vivo que descendió del cielo con la bendición de su Padre y en forma figurada por medio de la enseñanza se repartió entre sus apóstoles. En consecuencia son ellos hasta nuestros días los que deben traer el precioso alimento y bebida a las multitudes.
Todos aquellos que queramos participar de las promesas de Dios debemos: buscar, conocer, participar y guardar todas las cosas que nos mandó, hasta que el hijo venga por segunda vez, que nadie se quede fuera y no pueda celebrar el pacto que hace nuestro Señor Jesucristo con aquellos que quieran ser servidores de Dios.
La Biblia nos enseña las características de las solemnidades de Dios, su vigencia y la forma en cómo nos podemos acercar a sus promesas, nadie puede enseñar mejor de sus fiestas, que quien las instituyó.
Comentado: Abogado de la Biblia Marzo de 1959.