Nuestra alma constantemente sufre por todo lo que tenemos acumulado en ella. Sentimientos, pensamientos y emociones, que en lugar de hacernos más fuertes, nos debilitan. Hay muchas de ellas que las podemos identificar externamente, por que podemos con nuestros sentidos percibirlas. Hay otras que permanecen ocultos, pero están ahí como un recordatorio de que algo tenemos pendiente para sanar.

En Él tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia.

Efesios 1:7

Esos recordatorios están latentes y se manifiestan hasta que le ponemos la atención necesaria. En la parte espiritual siempre tendremos disponible un guía para descubrir cómo atender estos problemas. Jesús cuando comienza su predicación, lo primero que les enseña es arrepentirse.

El arrepentimiento es conciencia, tener presente que todos esos males los pudimos haber evitado si sus consejos nos acompañarán en nuestra vida. Pero por el contrario, ya sea nuestros padres, o cuando ya tuvimos discernimiento, nosotros decidimos hacer nuestro propio camino. Entonces el tener presente la necesidad de tener una mejor relación con Dios, Jesús nos muestra el camino para alcanzar la sanidad de nuestras almas.

La redención de nuestras almas

El antecedente histórico

En la antigüedad cuando el pueblo de Israel estaba cautivo en Egipto, lo que deseaban era libertad. Pero primero tenían que aprender todo lo necesario cuando estamos lejos de Dios, qué es lo que nos puede pasar. Al estar alejados del Padre, nos alejamos de sus consejos, también comenzamos a olvidarnos de su importancia. Nuestra relación con él, al ser lejana, comienza a haber confusión. A lo malo decimos bueno y a lo bueno malo, entonces combinamos pensamientos, los de Dios y los del mundo.

Así que Dios les daría la oportunidad de desear verdaderamente una relación con Dios, y eso nos pasa a cualquiera. Cuando deseamos algo fervientemente, lo buscamos y luchamos por que llegue. Cuando estamos en la comodidad de los deleites, ni nos acordamos que necesitamos alimentarnos espiritualmente, nos ocupamos de nuestra carne.

Estuvieron en Egipto cuatrocientos años, y en la última etapa de su cautividad Dios intensificó los castigos y la maldad del Faraón. Ellos tenían que reconocer que el que podía ofrecerles una verdadera libertad era el Dios de sus padres.

Hoy nos toca restaurar nuestra relación con Dios

Así hoy como el pueblo de Israel, nosotros tenemos que llegar al punto de reconocer nuestra necesidad de restaurar nuestra relación con Dios. Él nos ofrece que por medio de Jesús podemos restaurarla, redimiendo nuestras almas. Y la pureza de su agua de sanidad, será toda su palabra, que poco a poco purificará aquello que nos está dañando.

“Al día siguiente Juan vio a Jesús que se acercaba y dijo: ‘¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!'”

Juan 1:29 (NVI)

Jesús con su sacrificio hace la remisión y expiación necesaria, esto lo podemos comprobar solo de forma espiritual, cuando aceptamos este pacto y toda esa carga que nos puede dañar, Él la limpia. Para comenzar una nueva vida llena de paz y de amor.

“Cuánto más la sangre de Cristo, quien por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios vivo.”

Hebreos 9:14 (NVI)

Nuestra conciencia será limpia, realmente descansaremos y no tendremos un desgaste por todo lo que podemos guardar, ahora realizaremos las acciones necesarias para alcanzar la sanidad.

La redención es tener la oportunidad de construir una vida en Cristo, un fundamento que puso Dios para no volver a cometer los mismos errores. Ahora podremos ser libres de aquello que nos afecta: pensamientos, obras, sentimientos, palabras, etc. Cristo nos da esta oportunidad gracias a su sacrificio.

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