Dada la falta de entendimiento al contenido de La Biblia, – el libro más conocido y menos comprendido en el mundo- y por la comisión dejada por nuestro Señor Jesucristo, de que sus enseñanzas fueran difundidas a todos los hombres, nos atrevemos a manifestar algunas, deseando que éstas -con la bendición de Dios- aumenten la participación salvadora que Cristo ha tenido hasta ahora en su vida.

Hasta hoy, muchas personas se preguntan el porqué de las situaciones difíciles por las cuales está pasando nuestra sociedad, tales como: violencia, hambre, enfermedad, problemas en nuestra economía, etc. Y por mas que se hacen esfuerzos, se crean comités de ayuda, organizaciones mundiales encargadas de buscar la paz y la solución a tantos problemas, todo sigue igual, ¿cuál es la razón?

Cuando escuchamos que Jesucristo es la solución a todos los problemas, pensamos o hasta decimos que son sólo palabras sin sentido, que es imposible, en fin, una utopía. No se piensa que Dios nos llama de forma individual, Él está fijándose en cada uno de nosotros de manera particularl, Cristo hace el llamamiento a cada uno de nosotros, pide que nos unamos a todos aquellos que, cambiando su forma de vida, han logrado superar todos los conflictos, viniendo a ser baluartes de una mejor sociedad; pero la clave está en MÍ y NO en los demás, mientras yo siga pensando que los culpables son los demás y no YO, nada cambiará porque así piensan todos.

“Dios nos hace ver que, los hombres son como un rebaño sin pastor que se ha perdido en el monte, y cada uno toma la vereda que le parece mejor, haciendo lo que quiere.” (Isaías 53: 6).

Sin embargo, Dios nos ha dado un pastor para reunir a sus ovejas, el pastor es Cristo Jesús, quien nos señala el camino para salir de entre el monte y llegar a un lugar de refugio donde podemos ser sanos, donde se han de cuidar nuestras heridas, donde hallaremos consuelo y tendremos alimento (Juan 14: 6).

¿Por qué las aflicciones, las carencias, el mal vivir, intranquilidad y tantas cosas que sufrimos? La respuesta es: por el pecado que hemos cometido al apartarnos de Dios (Proverbios 14: 12; 2º. Crónicas 15: 2).

Al practicar el pecado, las bendiciones se alejan más cada día y estamos ganando una condena terrible: LA MUERTE (Romanos 6:23).

Ahora bien, Dios dice que lo bueno de la tierra, junto con su amor y bendiciones son para todo ser humano, sólo que nuestro mal obrar y pésima conducta, son una barrera para que éstas lleguen hasta nosotros; porque es imposible que de un mismo manantial brote agua sucia y agua clara, del mismo modo, nosotros debemos escoger: seguimos en nuestro mal obrar o buscar tener bendiciones grandes y sin fin (Deuteronomio 30: 19,20; Jeremías 5: 24,25).

En ocasiones nos encontramos desalentados, abatidos por el mal y no queremos seguir adelante; pero Cristo nos está mostrando un camino nuevo, nos ofrece descanso de la dureza de nuestros caminos (Mateo 11: 28, 29).

Cristo es el Pastor que tiene cuidado de nosotros y nos quiere rescatar del camino desierto que llevamos, donde tanto daño nos hemos causado. Él nos llama a un oasis de paz, donde podemos disfrutar las delicias del agua fresca. ¡Sigamos el camino que nos muestra este Pastor Divino!, pensemos y valoremos la Obra que hizo y sigue realizando, pues, nosotros teníamos que pagar por nuestras maldades. ¿El precio? la muerte; pero nuestro Salvador aceptó morir en lugar de nosotros; es decir, el dolor que Él sufrió deberíamos haberlo sufrido nosotros, sólo que Cristo nos libró de dicho sufrimiento. Él perdona nuestros pecados del pasado, no importa que tan graves sean éstos. Pero pide cambios en nuestra forma de ser y que vivamos como él mismo nos enseña por medio de la Biblia (Hebreos 10: 19-24; Isaías 1: 18).

Hermano, tú que has dedicado estos dos minutos en leer estas sencillas palabras, acepta la invitación a reflexionar en el gran sacrificio del Hijo de Dios, hecho por ti. No desprecies este bendito regalo que Dios te ofrece hoy, acepta su amor que transformará tu vida en una vida llena de paz y amor, situación que proporciona finalmente la vida eterna, siempre y cuando la busquemos (Juan 5 : 39).

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