Gracias Señor, por tus regalos de amor y el pan de cada día.
Al escuchar las campanas que anunciaban las doce del día, Martín empezó a preocuparse. Al despertar, Martín se sintió confiado y seguro, como siempre, de que encontraría un trabajo, que aunque fuera arduo, le daría el dinero para comprar lo necesario y darle de comer a su familia, sin embargo, en esta ocasión, nadie había requerido sus servicios. Él se dedicaba a la plomería y a veces, hasta promocionaba ofertas: “Revisión preventiva de fugas”, “Correcto funcionamiento de las instalaciones sanitarias” “Cambio de empaques para control de llaves que gotean”, etc., entre otros muchos servicios que ofrecía. Siempre era amable y trataba de ganarse a sus clientes con buen humor, disposición y alegría.
Pero este día, era diferente, nadie le había ni siquiera hecho una consulta. Pensó entonces recorrer las calles publicitando sus servicios a todo pulmón, como los pregoneros o el Señor Sereno de antaño. Así que tomó fuerzas y empezó su rústica campaña publicitaria gritando con su ronca voz: “Aproveche señora, señor, el plomero a su servicio, revisión de sus instalaciones, buen servicio, buenos precios, confiable y garantizado” gritaba Martín, pero para su asombro y desánimo, nadie lo requería, y así pasaron varias horas más.
A las cinco de la tarde, ya bastante preocupado y descorazonado, Martín sintió una descarga de duda: ¿Y si en esta ocasión no logro ganar para alimentar a mi familia? ¿Qué voy a hacer? Y en ese momento sintió cómo la duda, la incertidumbre entró en su corazón, ese corazón sencillo, amoroso y confiado…pero que esta vez había dejado entrar la duda, la tristeza y la desconfianza.
Un viejo pasó muy cerca de él, lo observó y claramente se dio cuenta de que Martín estaba desesperado, se le notaba en la cara, en su voz…se acercó a él y le dijo:
-¿Qué te pasa, muchacho? ¿Por qué tienes esa cara? Martín se sorprendió, pues estaba muy concentrado en pensamientos pesimistas y angustiosos. Al volver sus ojos hacia el viejo, pudo percibir un hombre pobre, de mirada serena y con calidez en su voz y sus palabras. – Me pasa que no he tenido un solo cliente este día. Me pasa que tengo que llevar dinero a mi casa…eso es lo que me pasa…dijo un poco malhumorado. – ¿Y qué te preocupa?, dijo el hombre. – Pues eso precisamente- dijo Martín, ahora sí definitivamente molesto. El viejo se sentó a su lado y comenzó a morder una pajita que traía entre los dientes, y le dijo, muy pensativo: – ¿No te has dado cuenta de cómo es la vida de las aves? – ¿Y eso qué tiene qué ver? – Pues mucho…obsérvalas…y te darás cuenta de que ellas no siembran, ni cosechan ni guardan las semillas en graneros, Sin embargo, nuestro Señor, nuestro Padre, las alimenta diariamente. Las aves confían…ellas saben, con toda certeza, que el Padre las alimentará… – Bueno, sí…muy bien…qué bonita la vida de las aves…dijo Martín un poco sarcástico- pero Yo tengo que llevar dinero a casa precisamente hoy…así que cómo le hago, preguntó Martín ya un poco insolente. – Confía, siempre confía, aunque en momentos las cosas no sean como tú quisieras. Y al decir esto, el hombre se levantó, le tocó suavemente el hombro a Martín en señal de despedida, y continuó su camino. Martín se quedó pensativo, era cierto que él ahora estaba dudando, que tenía incertidumbre en su corazón. Sintió tristeza, pesadumbre, inquietud, y decidió regresar a su hogar con su familia. Martín vio de lejos su casa, y a su mujer parada en la puerta, como esperándolo. Tuvo una extraña sensación en el estómago, pero vio a su esposa tranquila y eso lo animó a caminar más rápido. – ¡Martín! Qué bueno que llegas, vinieron tus papás a visitarnos. Sólo faltabas tú para empezar a cenar.
Martín pensó ¿A cenar? ¿Qué vamos a cenar? Ahora sí estaba definitivamente preocupado y ansioso. Al llegar hasta ella, la saludó con un beso y le preguntó en voz muy baja…¿Qué vamos a darles de cenar? Ella sonrió y le dijo: Tu compadre te trajo lo que te debía… dijo que gracias, que eres un buen amigo. ¿Ya ves, Martín? Confía, siempre confía, le dijo al mismo tiempo que entraron a su casa muy abrazados.
“Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?
Cita Bíblica Mateo 6:26