Nuestra visión de cuándo debe ayudarnos nuestro Dios a salir de las adversidades es muy distinta a la del que decide cuándo es conveniente que venga la ayuda. Nosotros tal vez pensemos que entre más rápido se nos ayude, mejor nos sentiremos, y podremos seguir adelante porque la adversidad ha quedado atrás; también podemos pensar que la adversidad debe ser fácil para no desgastarnos y continuar con nuestra vida como si nada hubiera pasado. Con este tipo de visión perdemos un sin fin de posibilidades que Dios ha creado para nuestra perfección.

“¡Cuán grandes son tus obras, oh Jehová! Muy profundos son tus pensamientos.” (Salmos 92:5).

En cada dificultad que vivamos, debemos analizar el por qué la estamos viviendo; lo cual nos llevará a pensar que las cosas pudieron ocurrir de una manera distinta, una que nos pudiera favorecer, y que teniendo fe, nuestro Dios pudiera ayudar a resolver. Si algo malo nos pasa volteamos nuestros ojos a factores externos que nos llevaron a sufrir; pero con nuestra naturaleza humana no vemos en nuestro interior nuestros errores, como si nuestros corazones hubieran sido enseñados a ver los defectos en los demás; pero no las necesidades espirituales que podemos estar experimentando.

“Padre justo, el mundo no te ha conocido, mas yo te he conocido; y éstos han conocido que tú me enviaste.” (Juan 17:25).

Dios nos enseña por medio de sus hijos que las adversidades tienen un propósito,  en el libro del Génesis tenemos varios ejemplos de adversidades:

Abram fue llamado para abandonar todo lo que había conocido durante su vida, no era un niño o adolescente cuando fue llamado, era ya un hombre maduro que había hecho su vida dentro de una nación idólatra. Abram había escuchado la voz de Dios, por haber resistido toda una vida sin una guía que le dijera lo que estaba bien y lo que no. Al salir de su tierra natal, no tenía idea de lo que enfrentaría, debía resistir lo que ofrecía el mundo cuando descendió a Egipto y se enriqueció; enfrentó a los gobernantes más poderosos de esos tiempos y tuvo que afrontar las adversidades de ser peregrino. Ya viejo, espero a que las promesas que le había hecho Dios fueran cumplidas (hasta los 100 años tuvo a Isaac, el hijo en el que se cumplía la promesa). Se confrontó con su carácter, que en ocasiones fue débil, pero tenía que ser fortalecido por el espíritu de Dios. Enfrentó pueblos para rescatar a su familiar Lot y recuperar las riquezas que les habían robado; dar por fe los diezmos a Melquisedec,  rey de Salem; ofrecer en sacrificio a su hijo Isaac, después de esperar tanto tiempo a que llegara la promesa… De 75 años era Abram cuando salió de Harán y murió a los 165 en buena vejez, anciano y lleno de años.

“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir por heredad; y salió sin saber dónde iba.” (Hebreos 11:8).

¿Habrá sido fácil lo que vivió Abraham? Podemos leer la historia completa en el primer libro de la Biblia, de su capítulo 12 al 25. Es una de las historias más completas de un personaje bíblico; al leerla nos daremos cuenta que no fue sencilla la vida de Abraham, estuvo llena de dificultades; pero en todas y cada una de ellas, este hombre aprendió algo, se perfeccionó, no perdió su fe en aquel que le había llamado para abandonar todo lo que conocía, resistió hasta el final, y su fortaleza la logró después de haber superado las dificultades. ¿Te imaginas si Dios desde que lo llamó le hubiera entregado la promesa? Abraham no estaba preparado, y su espíritu aún no tenía el crecimiento y madurez para recibir las bendiciones de Dios, y lo más importante no habría sufrido para reconocer a Dios en todo.

Si Dios está con nosotros en las dificultades, todo cobrará un significado positivo, nos ayudará a ser mejores y perfeccionarnos en el camino que nos ha puesto para llegar a vivir plenamente como lo hizo su siervo Abraham. Sin Dios en las dificultades, todo se convertirá en maldición y no tendrán un propósito en nuestra vida, sólo sufrimiento.

“Y llamó por segunda vez el ángel de Jehová a Abram desde el cielo y dijo: Por mí mismo he jurado,  dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado a tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos.” (Génesis 22:15-18).

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