¿Te has sentido atrapado en la monotonía de la vida y rondan pensamientos sobre hacer un cambio importante en tu vida? Este sentimiento nos lleva a pensar en grandes cambios, en diferentes momentos de nuestra vida nos podemos sentir así, algunos nos resistimos al cambio aunque nuestros pensamientos nos lo demanda, si decidimos cambiar nos enfrentaríamos a ambientes nuevos y desconocidos. No es sencillo cambiar la comodidad y seguridad de lo que conocemos por un futuro incierto.

¿Y si fuera Dios quien te llamara a realizar ese cambio? ¿Estarías dispuesto o dispuesta a seguir su guía a lo que en esos momentos sería desconocido para tí? (Leer los primeros 10 capítulos del libro del Éxodo) En el Éxodo del pueblo de nuestro Dios, cada uno de los miembros se enfrentó a una importante decisión. Después de 400 años en que José se trasladó con su familia a Egipto y que en todo ese tiempo el pueblo se había multiplicado a más de dos millones de individuos, como consecuencia de esa cantidad, el Faraón de Egipto se encontraba perturbado por la preocupación que un número tan grande de personas se voltearan en su contra; así que esclavizó al pueblo y buscó formas de disminuir la población.

A través de una serie de sucesos, un pequeño niño llamado Moisés llegó a los brazos de la hija del Faraón; el cual se convertiría en el salvador del pueblo. Elegido por Dios, Moisés condujo al pueblo para dejar todo lo que habían construido en Egipto y perseguir la promesa de heredar la tierra que le había prometido Dios a Abraham.

Cuando las cosas son literales, nos ayuda ver una imagen o leer un texto para tener referencias; pero cuando es algo que nunca hemos visto, es complejo el proceso mental para creer que es cierto y que en algún momento llegaremos a ese objetivo. La tierra que fue prometida no era un objetivo para cualquiera, ya que el pueblo tenía que comprender que antes de ganar lo literal, estaba la lucha espiritual. Si ellos no estaban dispuestos a mudar su corazón hacia Dios, entonces perecerían en el desierto; tal vez esto sea injusto para muchos de nosotros, pero nuestro cuerpo se acostumbra fácilmente a la comodidad de las cosas materiales.

“Hijo mío, si tu corazón fuere sabio, también a mí se me alegrará el corazón.” Salmos 23:15

La mudanza en el corazón implica cambiar los pensamientos, sentimientos y acciones, todo a la voluntad de Dios; en está mudanza podemos llegar a pensar que es muy complicado modificar todo lo que somos; pero en realidad lo que hacemos al mudar nuestro corazón a Dios, es regresar a la esencia de nuestra vida. La Biblia nos enseña que fuimos creados a imagen de Dios (Génesis 1:27), es la imagen de Dios fundamentada en amor.

“El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.” 1 Juan 4:8

Mudanza en corazónEn amor fuimos creados, y la mudanza de nuestro corazón debería estar fundamentada en el amor si somos hijos de Dios; esa es la lucha constante que vemos en el libro del Éxodo, no es la lucha contra Faraón y sus carros de fuego; tampoco es la lucha contra las plagas que atacaron Egipto; ni la lucha contra el dirigente Moisés. La lucha constante del pueblo de Israel en el desierto, es la negación a la mudanza de ese corazón, cambiando todos los aspectos negativos que habían aprendido en una nación idólatra hacia lo espiritual y eterno de Dios. Cambiando el odio por amor; la envidia por compasión; la venganza por el perdón; los celos por el temor a Dios; cambiando lo carnal por lo espiritual.

“Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura: y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente.” 1a Corintios 2:14

El estar dispuestos a mudarnos es aceptar dentro de nuestro corazón que lo que conocemos materialmente en este mundo es pasajero, y hay mucha vanidad en las cosas que hacemos. Una vida llena de vanidad es una vida vacía y alejada de Dios, si Dios creó el universo y todo lo que habita en él, fue para que cumplir un propósito para el hombre, y el propósito de Dios siempre ha sido vida eterna para sus hijos.

“Circuncidaos a Jehová, y quitad los prepucios de vuestro corazón, varones de Judá y moradores de Jerusalem; no sea que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien apague, por la malicia de vuestras obras.” Jeremías 4:4

Mudar nuestro corazón a Dios es sencillo y está cercano, depende de nosotros verlo así o complicado y lejano. Abandonar toda la comodidad a la que se ha acostumbrado nuestro ser carnal y enseñarle cómo alimentarse espiritualmente, obrando en amor y conociendo la Obra del hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo que se encuentra a la puerta de nuestro corazón para ayudarnos a limpiar, a quitar todo lo malo y afirmar nuestro corazón en tesoros de vida que en los placeres de ésta vida.

“He aquí, que yo estoy parado a la puerta y llamo; si alguno oyere mi voz, y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” Apocalipsis 3:20

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