¿Cómo conectar con las personas? Parece que cuando más queremos estar acompañados, es cuando más nos apartamos. Las amistades que tenemos en el mundo virtual necesitan volverse más tangibles, para que no solo nuestra alma pueda estar conectada con otra persona, sino también el cuerpo y el espíritu. Así que, en apariencia, somos muy difíciles de conectar; aunque seas muy sociable, una cosa es conocer a una persona y otra conectar con su interior para ver los ojos del alma.

Vamos a plantear la necesidad de vernos reflejados en el otro. Solemos encerrarnos en nuestros pensamientos, y esto es delicado para nuestra salud espiritual. Las virtudes y defectos que tenemos en nuestro interior necesitan ser comunicados, para que no solo seamos conocidos por lo que decimos o cómo nos vemos, sino que también se muestre lo que eres: una definición pura de tu corazón, no influida por lo que piensan, esperan o definen de ti. La pureza de nuestra alma se define por lo que Dios desea que compartamos con el mundo. Un ejemplo es el amor, así como Dios es amor, su creación también está hecha a su imagen y semejanza (Génesis 1:27). Si nos mostráramos en esa naturaleza divina, compartiríamos lo que somos con todos los que nos rodean (1 Juan 4:7-8).
Si dejamos de enfocarnos solo en nuestros pensamientos, ahora nos definiremos no solo en el interior, sino en todo lo que nos rodea. Cuando volteas a ver a las personas con las que te cuesta más trabajo congeniar, podrías pensar que no tienes nada en común, que, al contrario, hay más diferencias que coincidencias. ¿Te has preguntado por qué pasa esto con ciertas personas? Cuando más encuentras diferencias, más nos parecemos a ellos; cuando más rechazamos, más atraemos; cuando más estás en desacuerdo, hay más pensamientos en común. Esto es algo maravilloso en lo que Dios diseña el alma humana (Romanos 12:4-5).
Lo maravilloso del diseño del alma es que no permitirá que nos quedemos sin atender algo. En nuestra falta de conocimiento, no tenemos todo el panorama de nuestras necesidades, por eso Dios ha diseñado los medios para el perfeccionamiento, uno de ellos es su Iglesia. El cuerpo de Cristo es donde podemos ir tomando forma, donde nos vemos reflejados en él (1 Corintios 12:27). Y ahora, con el ejemplo de su Hijo, encontramos un camino a esta purificación (Efesios 4:11-13).
El evangelio de su Hijo amado nos limpia, limpia nuestros sentidos espirituales, para ahora ver cosas que antes no, y ver a las personas que nos rodean con sus ojos. Con ojos de amor y misericordia, y poder sentir lo que los demás sienten. Un deseo ferviente de tener lo que todos necesitamos: amor, justicia, paz y fe (1 Pedro 1:22). Las personas que nos rodean entonces son una bendición: los que nos alegran, pero también el que te enoja; el que congenias, pero también el que no toleras; el que amas, pero también el que odias (Mateo 5:44-45).
Cada persona perfeccionará una parte a la que no has prestado atención. Tal vez porque guardas un pensamiento o sentimiento negativo. Pero ahora viene la luz del evangelio y nos enseña; reconocemos aquello que no nos hace bien, que daña y enferma nuestro ser interior (Salmo 119:105). Y nos ayuda a practicar todo lo que Dios nos dio desde el principio: un amor que no acaba, que es desinteresado y que siempre está dispuesto a ayudar, no juzgando y condenando por lo que es en el presente (1 Corintios 13:4-7). Ahora, conociendo que todos fuimos creados con el mismo propósito, darle gloria al Dios que nos creó (1 Corintios 10:31).
Cuando nos conectamos con ellos, somos tan parecidos y estamos tan unidos (Gálatas 3:28). Así que abre tu corazón a conocer a las personas en el amor de Dios, abre la puerta a su Espíritu para que unja tus ojos, y podamos ver el mundo con su mente, cumpliendo sus deseos y propósitos (Romanos 12:2).



