Creemos que el Espíritu Santo (también llamado el Santo Paráclito) es el Consolador prometido por nuestro Señor Jesucristo, que reside en el corazón de los que diligentemente le buscan. El Espíritu Santo es el que nos guía a la verdad y a la justicia; también nos ayuda para poder atestiguar de Él. Su presencia se manifiesta tanto en palabra como en “los frutos del Espíritu”, cuando se guardan los Mandamientos de Dios. (Jn. 14:15-19, 16:13; Lc. 11:9-13; Hch. 1:8; Ro. 5:5; Gá. 5:22-26, 1 Co. 12:7-11).


“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todas las cosas que os he dicho” (Juan 14:26)

Sabiendo nuestro señor Jesucristo que pronto iba a dejar a sus discípulos, los consoló prometiéndoles el Espíritu Santo, por lo que les dijo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: Al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce: mas vosotros le conocéis; porque está con vosotros, y será en vosotros” (Juan 14:16-17).

Este consolador es el Espíritu Santo o Santo Espíritu (Juan 14:26), él nos guía en el camino de la verdad y permanece en nosotros, nos recuerda el juicio venidero (Juan 16:7-14) y redarguye del pecado. El Espíritu también nos ayuda en lo que nos conviene pedir en oración (Romanos 8:26-27).

Cuando somos llamados para testificar delante de los hombres acerca de la fe que practicamos, es el Espíritu Santo, quien dirige nuestras palabras, de modo que no tenemos congoja de cómo debemos responder (Mateo 10:19-20).

Muchos proclaman que el Espíritu Santo está en nuestras vidas, nosotros podemos confirmarlo y no nos dejamos engañar, porque el mismo Espíritu nos guía a toda verdad (Juan 16:13), de modo que todo aquel que cree y enseña una cosa que está en contra de la Palabra de Dios, tal persona no posee el Espíritu Santo.

 Estas palabras parecen duras, pero nos hacen ser cuidadosos, porque Satanás continuamente anda alrededor buscando a quien devorar (1a Pedro 5:8), él es experto en el engaño y trata de destruimos.

Es importante pedirle en oración a Dios que mantenga siempre su Santo Espíritu en nosotros, como pidió el rey David. Y nosotros abrir nuestro corazón para recibirle y practicar los frutos del Espíritu (Gálatas 5:22-23, 25), de esta manera evitaremos que Satanás esté en nuestro corazón y saldremos vencedores para escuchar en el día postrero las palabras de bienvenida del Señor Jesucristo (Salmos 51:11-12)


“Y reposará sobre él el espíritu deJehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová” (Isaías 1:16)

Cuando el Espíritu Santo interviene en el principio de la creación de los cielos y de la tierra, es por la autorización del Padre Celestial, por lo que narra el libro de Génesis capítulo 1:1-2 nos percatamos que actúa en el primer día, pues este ser se movía sobre la haz de las aguas, ya que estaba en proceso el ordenamiento de los elementos que vendrían a ser el soporte para la existencia de todos los seres vivos (vegetales, animales y el género humano). También el Espíritu interviene para que dichos seres fuesen en anima viviente (Salmos 104:30).

El Espíritu Santo es designado en las Sagradas Escrituras con diferentes nombres, según la obra que realiza es el nombre con que es presentado. Así como al Padre y al Hijo se les llama con diferentes nombres, dependiendo de la acción que llevan a cabo; lo mismo ocurre con el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo también es considerado en la Escritura como una potestad mediante la cual Dios obra. Se presenta en la creación y en la vida humana. Y también está presente en todos aquellos que cumplen con la voluntad de Dios como: Seth, Henoch, Noe, Abraham, Isaac, Jacob, etc.

Este Espíritu Santo fue quien inspiró a los escritores sagrados para que escribieran la Palabra Divina que contiene toda la voluntad de Dios (2a Pedro 1:20-21).

El Espíritu Santo es considerado como una entidad, un ser, equivalente a una persona, no es física como nosotros, que tenemos manos, boca, ojos, etc. Se le llama persona, porque es un ser a quien se le atribuyen acciones y sentimientos propias de un ser, porque inspira, ordena, gime, se enoja, se contrista, pide, tiene autoridad, etc. Aplicando de esta manera la figura retórica de antropopatismo. Por ser un ente metafísico que no se ve, pero que cuenta con características similares a las nuestras, se le da al Espíritu Santo el calificativo de persona (2a Pedro 1:20-21; Hechos 13:2; Romanos 8:26; Isaías 63:10; Efesios 4:30; Mateo 28:19).

Dejémonos guiar por este Espíritu si queremos alcanzar la vida eterna, porque el llevará nuestro camino por los senderos de luz que es la Palabra de Dios (Gálatas 5:22-25). 

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