Querido lector, sean todos bienvenidos a una nueva reflexión, donde a través de las escrituras podemos comprender y razonar cómo debemos dirigirnos hacia las demás personas que están en nuestro entorno. Hay situaciones en las cuales se nos presenta la oportunidad de hacer algo más por el prójimo, por nuestra familia, pero la carne nos gana, los pensamientos, la flojera, el desinterés, el postergar acciones con un “lo hago después” o incluso decir “alguien más lo hará por mí”. En lugar de practicar LA EMPATÍA, ponemos en marcha el ser apáticos. Hoy trataremos este tema y qué es lo que nos beneficia más.
¿Pero qué es la empatía?
Es la capacidad de comprender y sentir las emociones que otra persona experimenta, como se dice comúnmente, ponerse en los zapatos del otro.
¿Y qué es la apatía? Es un desinterés total, tener descuido, empezando por la misma persona y todo a su alrededor (desidia).
También se comprende que hay varios tipos de empatía, y estos son:
- Cognitiva: ponerse en el lugar de otro y comunicarnos de manera efectiva.
- Emocional: el poder sentir en una conexión instantánea lo que el otro siente (puede inclusive ser sin emitir una sola palabra), preocupación o solidaridad total.
Esto lo podemos ver a través de la palabra de Dios en Juan 17:21. Esta cita nos menciona que Nuestro Señor Jesucristo, en su oración, pedía que todos fuéramos una cosa, un cuerpo, como Él lo era con Nuestro Padre y todos juntos con ellos una sola cosa.
1ª Pedro 3:8 nos exhorta a ser de un mismo sentir, compasivos, fraternales, misericordiosos y de espíritu humilde, es decir, “amigables”.
Hebreos 2:18 nos recuerda que, pues por cuanto Él mismo fue tentado en el sufrimiento, es poderoso para socorrer a los demás.
Mateo 18:27 nos enseña sobre la compasión del Señor hacia su siervo, al soltarlo y perdonarle la deuda.
Y nosotros, ¿cómo actuamos cuando tenemos una deuda con nuestro prójimo o cuando nos deben? ¿Aplicamos de la misma forma la empatía o nos gana la carne y somos apáticos para poder comprender e inclusive llegar a perdonar la deuda, la ofensa, los insultos? Recordemos que Cristo fue tentado en todo, como nosotros, pero sin pecado.
¿Qué pretextos usamos comúnmente para volvernos apáticos? En Mateo 5:7 se nos dice: “Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia”. Ser misericordiosos implica ser compasivos, amables, de buen corazón. Ser bienaventurados implica ser bendecidos, tener gozo, felicidad, vivir en Dios.
Mas si no hacemos esto o las cosas que Dios nos demanda hacer con nuestro prójimo, hay advertencias y enseñanzas en su palabra que podemos ver en Deuteronomio 28:47-48, donde se nos menciona que, por cuanto no servimos a Jehová nuestro Dios con alegría y con gozo de corazón por la abundancia de todas las cosas, serviremos a nuestros enemigos. Sabemos que así como hay bendiciones, también hay consecuencias al no llevar a cabo la misericordia, la empatía que Dios nos pide.
¿Y nos preguntamos por qué nuestra vida no prospera? Para leer o complementar podemos leer Ezequiel 16:49. Y en Miqueas 6:8 se nos dice que Él nos ha declarado lo que es bueno y lo que pide de nosotros: practicar la justicia, amar la misericordia y andar humildemente con Dios.
No cerremos nuestra mano, nuestro corazón. Proverbios 11:25 nos enseña que el alma generosa será prosperada, y el que sacie a otros, también él será saciado.
¿Qué sembramos? ¿Qué cosechamos? ¿Cómo reflejamos el agradecimiento hacia Dios? 1ª de Pedro 3:14-17, Romanos 12:15, Proverbios 4:26, 1ª Corintios 10:31.
Actividades que podemos realizar para practicar la empatía y honrar el nombre de Dios:
- Apartar tiempo para Dios, tiempo de calidad y no el tiempo que nos sobra.
- Alabar a Dios en su santidad, imitar su carácter perfecto, sabiduría y magnificencia.
- Siempre ser agradecidos con Dios, con nuestros hechos, reconociendo que siempre lo vamos a necesitar.
- Confiar en Dios.
- Tratar a los demás con dignidad.
- Ser generosos, EMPÁTICOS.
- Poner al servicio nuestros dones y talentos.
- Cuidar nuestro cuerpo con respeto, pues fuimos hechos a imagen y semejanza de Nuestro Dios.
- Que nuestra voluntad siempre esté dirigida por Dios.
- Honrar a Dios en todo momento y a su hijo amado.
Busquemos siempre glorificar el nombre de Dios, porque si no lo sentimos, lo pensamos o lo hablamos, al practicar la empatía, no lo hagamos. Así no seremos avergonzados delante primero de Dios y después de las personas.