“ Y oró Eliseo, y dijo: ruégote, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del mozo, y miró: y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo.”
(2º. de Reyes 6:17)
Nosotros, la criatura humana, tenemos ante nuestros ojos un mundo de flores, un cielo lleno de estrellas, puestas de sol hermosas, y mil objetos o fenómenos de la naturaleza; pero ¿nos hemos interesado por descubrir a su creador o autor? Es triste ver que perdemos la capacidad de asombro, confirmamos nuestra condición cuando leemos la Palabra de Dios con un velo sobre el corazón, con los ojos del entendimiento cegados, que no nos permiten ver el gran valor que Dios le dio.
“Pues le has hecho poco menor que los ángeles, y coronástelo de gloria y de lustre.” (Salmos 8: 5).
Dios está en todas partes; sin embargo, el pecado ha cegado los ojos de los hombres para que no le vean cuando continuan en su mal actuar: son malos, culpables, caen continuamente; pero ni aún así ven sus propias heridas, golpes y llagas putrefactas.
Nosotros podemos guiar a los ciegos; pero no podemos hacer que vean, podemos poner la verdad delante de ellos; pero no podemos abrir sus ojos. Esta obra pertenece a Dios.
En la actualidad, algunos usan ojos artificiales, otros anteojos, cristales o pupilentes de color; pero todo es en vano si el hombre continua en sus faltas, la visión espiritual ha desaparecido, y sus ojos carecen de ese colirio espiritual que permite ver y reconocer las grandezas de Dios.
Esta falta de discernimiento hace al hombre innoble, la ceguera espiritual mantiene a la persona contenta con este mundo, no permitiéndole ver cuan poca cosa es; por lo mismo peca, y sacrifica el reino prometido al que es fiel.
La Biblia nos relata un ejemplo de lo que hace la ceguera espiritual, y éste se ve en Samsón, un hombre “apartado”, que terminó ciego también materialmente, y en su vida debemos ver reflejado lo que puede ser la nuestra si no tenemos nuestros ojos bien abiertos.
Samsón permitió que lo engañaran, y por consecuencia le cortaron el cabello, en el cual radicaba su fortaleza, ya que en ese cabello se ve simbolizada toda la serie de virtudes o cualidades que lo identificaban como un ser apartado para el servicio de nuestro Dios, las cuales perdió por sucumbir a las asechanzas del mundo, en su caso representadas por una mujer que no era de su pueblo: Dalila.
Aún con las debilidades que tenemos como hombres, Dios abre nuestros ojos, son muchas las formas de ceguera: pero todas están comprendidas en esta afirmación: “Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los caídos, Jehová ama a los justos” (Salmos 146: 8). Pidamos humildemente que nos libere de nuestros defectos.
En las Sagradas escrituras, hay mucho que ver: “ Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (Salmos 119:18 ). Por lo mismo es muy importante que mantengamos bien abiertos nuestros ojos para que como sucedió con el siervo de Eliseo, podamos ver las Maravillas de la Obra de Dios, y perseveremos en la doctrina del Maestro.
Si hemos entendido el propósito de este tema, y reflexionamos sobre el mismo, veremos cuan conveniente es la atención a las enseñanzas y su aplicación, pues podremos actuar como nos dice la Epístola de Pablo a Tito:
“Retenedor de la fiel palabra que es conforme a la doctrina: para que también puedas exhortar con sana doctrina, y convencer a los que contradijeren” (Tito 1: 9 ).