Cervantes entre dos aguas
Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares, en 1547. Participó en la batalla de Lepanto, donde un arcabuzazo de un turco le destrozó el brazo izquierdo y le hirió en el pecho; duró cinco años cautivo en Argel. De regreso a España, en 1580, sufrió prisión por acusaciones nunca comprobadas. Cervantes dio a conocer casi la totalidad de su obra literaria en los últimos años de su vida. Murió en 1616, el mismo año en que fallecía también William Shakespeare.
Aunque hay una gran cantidad de textos y referencias a la Biblia en El Quijote, se duda acerca de la religiosidad de Miguel de Cervantes. Al respecto. Ortega y Gasset, y Américo Castro, afirmaron que Cervantes fue hipócrita en materia religiosa, nadando siempre a dos aguas, sin una clara definición sobre la misma. Según Astrana Marín, otro cervantista, esta acusación carece de sentido, pero otro especialista en el tema, Leandro Rodríguez, está convencido de que Miguel de Cervantes era en realidad un judío converso e hijo de conversos, lo que explica su buen conocimiento de las Sagradas Escrituras.
Cómo puede haber tanta discrepancia y ambigüedad sobre Cervantes en cuanto a la cuestión religiosa. No hay que olvidar que en aquellos días, el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición funcionaba a pleno ritmo, y las hogueras inquisitoriales no paraban de arder.
Hoy no hay problemas sobre los debates entre cristianos y católicos, pero hace mas de 500 años, las cosas eran diferentes, de vida o muerte. En El Quijote, Cervantes, sutil y veladamente, ridiculiza al Tribunal del Santo Oficio, en el capítulo 69 de la segunda parte:
“Salió, en esto, de través, un ministro, y llegándose a Sancho, le echó una ropa de bocací (tela gruesa) negro encima, toda pintada con llamas de fuego, y quitándole la caperuza, le puso en la cabeza una coroza (protección), al modo de las que sacan los penitenciados por el Santo Oficio, y díjole al oído que no descosiese los labios, porque le echarían una mordaza o le quitarían la vida. Mirábase Sancho de arriba abajo; veíase ardiendo en llamas; pero como no le quemaban, no las estimaba en dos ardites (monedas de escaso valor). Quitose la coroza; viola pintada de diablos; volviósela a poner, diciendo entre sí: “Aun bien que ni ellas me abrasan ni ellos me llevan.” Es decir: “Ni las llamas de la Inquisición me pueden quemar, ni los miembros de su Inquisición me pueden llevar.”
Cervantes no adopta una postura contraria a la Religión Católica Romana. Quizá este hombre “nadara y guardara la ropa”, porque en aquellos días la lucha contra la Reforma de la Iglesia era muy enconada, y las hogueras inquisitoriales funcionaban todo el tiempo. No obstante, Cervantes critica igualmente a los poderosos jesuitas, aunque lo hace sin nombrarles abiertamente. En el capítulo 31 de la segunda parte del libro, dice el autor:
“La Duquesa y el Duque salieron a la puerta de la sala a recibirle, y con ellos un grave eclesiástico destos que gobiernan las casas de los príncipes; destos que no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrechez de sus ánimos; destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables; destos tales digo que debía ser el grave religioso que con los Duques salió a recibir a don Quijote.”
Y son los jesuitas porque se refiere al eclesiástico como “religioso” y no “fraile”, que sería lo más natural en la época cervantina. Los jesuitas nunca aceptaron ser llamados “frailes”, sino “religiosos”. Además, Cervantes le describe como perteneciente a aquellos que “gobiernan las casas de los príncipes”. De todos es sabido que la “Compañía de Jesús” siempre ha procurado estar presente en las grandes casas y en los palacios, en calidad de tutores y directores espirituales.
Cervantes se burla también del papado, cuando ridiculiza las cabezas coronadas (capítulo 12 de la segunda parte): Don Quijote le pregunta a Sancho si ha visto alguna pieza teatral en la que los cetros y las coronas de los actores fueran de oro, sino de oropel o de hoja de lata. Y le dice al escudero:
“¿No has visto tú representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales… Sí, lo he visto – respondió Sancho. – Pues lo mesmo – dijo don Quijote – acontece en la comedia y trato de este mundo, donde unos hacen de emperadores, otros de pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.”
Continuará…