Miguel de Cervantes, amaba las Sagradas Escrituras y las tenía en alta estima. En el prólogo de la primera parte de El Quijote, Cervantes se refiere a la Biblia llamándola Divina Escritura.
Una prueba contundente es el poema que aparece en sus Comedias, titulada El Rufián Dichoso, en el cual exalta el Salterio davídico:
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