Todos experimentamos momentos en los que anhelamos un cambio. Ese deseo surge cuando reconocemos algo que frena nuestro crecimiento. Como seres humanos, no solo crecemos físicamente, sino también en espíritu y alma. Pero, ¿qué pasa cuando intentamos cambiar y no lo logramos?
¿Por Qué Nos Resistimos al Cambio?
Si reflexionamos, las razones para cambiar suelen ser más fuertes que las excusas para quedarnos igual. Sin embargo, nuestra mente a veces nos engaña, haciéndonos creer que los obstáculos son insuperables. Buscamos escapatorias en lugar de enfrentar lo que necesitamos transformar.
Piensa: ¿Cuándo fue la última vez que hiciste un cambio significativo en tu vida? Tal vez fue tu bautismo, matrimonio, una mudanza o una decisión importante. Esos momentos te llenaron de satisfacción porque estabas alineado con tu propósito. Dios quiere que crezcamos, no solo en esta vida, sino hacia la eternidad.
“Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo” (Efesios 4:15).
Dos Fuerzas en Conflicto: Dios vs. El Engaño
Dios desea bendecirnos con crecimiento, y si fallamos, Él nos da nuevas oportunidades. Pero existe una fuerza opuesta que quiere vernos fracasar: el enemigo, quien nos hace creer que conformarnos es suficiente. En cambio, el Espíritu Santo nos recuerda que fuimos creados para algo mayor.
“Como niños recién nacidos, deseen con ansias la leche pura de la palabra, para que por ella crezcan para salvación” (1 Pedro 2:2).
Este deseo de cambio debe alimentarse día a día. La Palabra de Dios nos recuerda que somos Sus hijos y que Sus promesas son reales. No basta con querer cambiar; debemos buscar el camino correcto.
Jesús: El Camino hacia la Verdadera Transformación
“Más bien, crezcan en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡A él sea la gloria ahora y para siempre! Amén” (2 Pedro 3:18).
Jesús nos muestra cómo nacer de nuevo, convirtiéndonos en nuevas criaturas. Con Él, nuestras acciones están llenas de bendición y propósito. Dios nos moldea, pero requiere que renunciamos a nuestro yo antiguo.
Si has intentado cambiar y no lo logras, no estás solo. Si ya tienes el deseo y crees que Dios puede ayudarte, apóyate en Su Palabra. Jesús venció todas las pruebas porque se mantuvo cerca del Padre.
“Porque Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
Dios no solo inspira el deseo de cambio, sino que también nos da la fuerza para lograrlo. Con Él, podemos alcanzar lo imposible: una vida transformada y una herencia eterna.