” Mas el fruto del Espíritu es: Caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, Mansedumbre, templanza: Contra tales cosas no hay ley. Porque los que son de Cristo, han crucificado la carne con los afectos y concupiscencias. Si vivimos en el Espíritu, andemos también en el Espíritu. No seamos codiciosos de vana gloria, irritando los unos a los otros, envidiándose los unos a los otros. ” (Gálatas 5: 22-26)
Hubo un poderoso señor que realizó grandes hazañas, a quien todos temían pero ninguno amaba. A medida que pasaba el tiempo se hacía mas severo y se sentía más solo. Su rostro reflejaba la amargura de su alma; ceño adusto, mirada dura, labios sin sonrisas.
Y aconteció que se enamoró de una bella muchacha y quiso hacerla su esposa. Se decidió ir un día a verla y rebelarle su cariño; y se vistió con sus vestidos más finos y más elegantes y luego se miró al espejo. Fue entonces cuando se dio cuenta de la crueldad reflejada en su rostro, de lo repulsivo que parecería a la muchacha a quien quería consagrar su cariño.
Tomó entonces una decisión. Mandó llamar a un mago y le dijo: “Quiero que me hagas una máscara del material más fino de tal manera que se ajuste a cada uno de los rasgos de mi rostro, pero que vaya pintada con la magia de tu arte para que tenga una apariencia agradable y bondadosa. Quiero que vaya tan ajustada a mi cara que aunque yo lo desee, no pueda quitármela. Hazla juvenil y atractiva; pon toda tu habilidad en ella y yo te pagaré lo que pidas”.
“Estoy dispuesto a hacer el trabajo que me encomiendas”, le respondió el mago; pero con una condición: “Tendrás que mantener tu rostro de acuerdo con los rasgos que yo trace en la máscara, o la máscara se arruinará”, Cualquier gesto de ira, cualquiera mirada dura, echarán a perder para siempre la máscara y ya no podré hacer nada.
“Haré cuanto digas”, respondió con vehemencia el poderoso señor; todo lo que contribuya a ganarme la admiración y el cariño de aquella a quien yo amo. Dime cómo puedo conservar la máscara inalterable. Y el mago le respondió: “Debes pensar los pensamientos más nobles y debes ejecutar los actos más bondadosos. Debes hacer de tu reino un reino de felicidad y no de poder: Debes reemplazar la ira con la comprensión y el amor; construir escuelas para tus súbditos en vez de fuertes; hospitales en ves de barcos de guerra. Debes ser cortés y amable con todos los hombres”.
Y el mago hizo la máscara, y quedó tan perfecta y tan bien ajustada que nadie se dio cuenta de que no era el verdadero rostro del señor. Y fue así como se ganó el corazón de la mujer a quien quería hacer su esposa. Los meses fueron corriendo; la máscara estuvo muchas veces en peligro de ser arruinada; pero el señor libró verdaderas batallas interiores para salvarla. Sus súbditos se maravillaban del cambio tan sorprendente y lo atribuían a la influencia de la encantadora mujer que había escogido para esposa.
El señor dejó de ser rudo para ser gentil; iracundo para ser amable; violento para ser sereno; déspota para ser cariñoso. Pronto le comenzó a pesar el haber engañado con la máscara mágica a la esposa llena de gracia y de hermosura, y no aguantando más aquella situación falsa, se fue a ver al mago y le suplicó: “Quítame este rostro falso; esta máscara engañosa, no es mi verdadera personalidad”. ” Si lo Hago”, le respondió el mago, ” No podré ya hacer ninguna otra y tendrás que vivir por el resto de tus días llevando tu propio rostro”.
Y el mago removió la máscara; y el señor buscó el espejo lleno de angustia y de miedo. Pero sus ojos resplandecieron y sus labios se iluminaron con una sonrisa, porque los rasgos duros de su rostro habían desaparecido, y tenía un exacto parecido con la máscara que había usado por tanto tiempo. Y cuando regresó al lado de su bien amada esposa, lo único que ella pudo contemplar fueron los bellos rasgos familiares del hombre a quien amaba…
Así como aquel hombre, veamos nuestras necesidades espirituales y busquemos cómo satisfacerlas, y que una vez más, nos convenzamos que Cristo vino a señalarnos la forma de ser felices, por lo mismo, roguemos a Dios porque nos permita asomarnos a nuestro corazón para descubrir las actitudes interiores que no están iluminadas con esa luz que vino a enseñarnos el Cristo y nos ayude a entender que la experiencia religiosa verdadera brota de adentro hacia afuera, nace del corazón y se expresa en actos saturados de ese Espíritu que nos recuerda lo que debemos hacer y cumplir.