La vergüenza de mi elección

Me siento avergonzado, porque el día de hoy me di cuenta que abandoné la imagen del que me crió, mis ropajes naturales, donde mi cuerpo era puro y sin corrupción, tenía pensamientos libres… libres del conocimiento humano, de la necedad de mi mente de querer saber más allá de lo que se me permitió ver, que en apariencia sentía haber estado limitado a un conocimiento nuevo, saber la diferencia entre el bien y el mal y ser mejor de lo que ya era, pensando que podía perfeccionarme por mí mismo; pero entre más libre me sentía, mis ojos se vieron limitados, me avergoncé y me tapé, porque sabía que Mi Guía me observaba y lo había decepcionado. No acaté una simple ordenanza que a cualquiera le hubiera sido fácil atender. Mi vergüenza me persigue porque he abandonado la imagen del que me formó, pude ser perfecto y tener la sabiduría que ejercería con poder para transformar mi entorno, gozar de los frutos que para mí habían sido creados, los cuales no tenían mancha, eran puros así como mi alma que estaba blanca como la nieve.

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¿Acaso hay vanidad en nosotros?

La falta de control sobre la vanidad se manifiesta de muchas formas en nuestra vida, siendo la vida misma calificada como vanidad por el sabio Salomón. Todos nuestros deseos de personas mortales, pero con apego a las cosas, bienes y reconocimientos de este mundo que ha de terminar; y aún aquellos logros en los que quisiéramos ser reconocidos por el esfuerzo tan grande que hacemos para Dios, creyendo que por esto somos mejores que los demás… Y es que la vanidad puede ser algo que nos impida acercarnos a Dios, nos aleje de nuestros verdaderos pensamientos y propósitos; y nos limite en nuestro desarrollo espiritual.

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La máscara mágica

” Mas el fruto del Espíritu es: Caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, Mansedumbre, templanza: Contra tales cosas no hay ley. Porque los que son de Cristo, han crucificado la carne con los afectos y concupiscencias. Si vivimos en el Espíritu, andemos también en el Espíritu. No seamos codiciosos de vana gloria, irritando los unos a los otros, envidiándose los unos a los otros. ” (Gálatas 5: 22-26)

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