Si quisiéramos callar los rumores o a la gente que habla de nosotros; tal vez tendríamos que recurrir a un arma nuclear que atacara toda una colonia o un país, y no es que seamos muy populares, sino porque es algo común y que acostumbramos mucho los seres humanos.

Si identificas en las conversaciones cuántas veces mencionas a una persona ausente, independientemente si dices algo bueno o malo de la persona, están en nuestras pláticas; pero ¿por qué influye tanto en nuestras emociones lo que los demás digan de ti? En ocasiones puede ser que ni siquiera estén hablando de ti; pero como murmuración, nuestra cabeza nos dicta pensar que algo están diciendo de nosotros y que lo que dicen no es bueno.

Y es que ese estado anímico nos puede hacer sentir abrumados, como si fuéramos los culpables de los errores de los demás, como si tuviéramos que saber anticipadamente las necesidades del otro; nos sentimos inferiores porque no cumplimos con las expectativas de los demás. Todos estos sentimientos son una tremenda carga emocional para cualquiera, y es que: una mirada, comentario, palabra o cualquier gesto minúsculo puede desatar una incomodidad en nosotros. Así que podemos preguntarnos: ¿alguna vez me sentiré bien con lo que dicen los demás de mí? ¿alguna vez estarán contentos por quien soy?

Algo a considerar es que en nuestra naturaleza está hablar de los demás, tal vez con el tiempo aprendemos a no hacerlo; pero se encuentra ahí, esa parte natural (o carnal) que critica o ve los errores de los otros; sin embargo, en lo que realmente nos debemos ocupar y enfocar nuestros pensamientos es en Dios, porque Dios piensa que eres lo suficientemente bueno para fijarse en ti como una creación única y especial, Dios nos ama sin importar nada más. ¿Te imaginas a Dios hacerse un juicio de ti por lo que dicen los demás? Dios no ve lo que los hombres ven, Él ve nuestro corazón y sus intenciones.

“…De manera que Cristo more por la fe en vuestros corazones; y que arraigados y cimentados en amor, seáis capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que seáis llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.” (Efesios 3:17-19).

Con toda la sabiduría que nos transmite nuestro Dios, Él nos ama porque somos su creación y no hay nada que pueda intervenir en sus pensamientos hacia nosotros, su amor nos alcanza aún cuando nos equivocamos. Ve nuestros esfuerzos por ser mejores cada día y nos llena de su plenitud siempre que lo busquemos.

“No que seamos suficientes en nosotros mismos para pensar que cosa alguna procede de nosotros, sino que nuestra suficiencia es de Dios.” (2a. Corintios 3:5).

No pensemos que dependemos más de lo que dicen los demás de nosotros que del mismo Dios. Él nos sustenta y protege de todo mal, los planes que tiene para nosotros son más especiales de lo que podemos imaginar; así que confiemos en Él.

“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios.” (Efesios 2:8).

Con justo juicio ve nuestras obras; así que tengamos fe que no hemos hecho nada aún para recibir este regalo, hay que esforzarnos por mostrar a nuestro Dios que somos merecedores de sus bendiciones, trabajando cada día por ser más espirituales y escuchar todo lo que dicen de nosotros, pero teniendo el espíritu de Dios. El espíritu nos ayudará a discernir entre lo bueno y lo malo, lo bueno lo mantengo dentro de mí para reflexionar y cambiar si es que debo hacerlo y lo malo desecharlo no permitiendo que afecte en mi vida.

“Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:6,7).

No sea nuestro afán lo que dicen los demás de nosotros, pidamos en oración la sabiduría para entender que las palabras cobran efecto en mí cuando yo lo decido. Mi corazón lo protege el espíritu de Dios, para tomarlo todo sabiamente y protegiendo mi ser de lo que puede contaminarlo.

“Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas.  Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera.” (Mateo 11:28-30).

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